Somos dueños de nuestras palabras y de nuestros silencios.
Dueños de los pensamientos originales e increíbles, y de la más callada locuacidad.
No hace falta hablar para expresarse, el silencio tiene argumentos que no superan las palabras.
Pero cuando hable, ojalá sea consciente del dolor que puedo causar. Y cuando calle, de la impotencia que puedo generar.
Así, aprenderé a opinar sin pensar que por eso soy débil. Y a no callar por dolor o miedo.
Porque las palabras pueden hacer mucho daño, y también los silencios.
Ojalá que mis palabras no sean dagas ni mis silencios hielo.
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